martes, 26 de julio de 2011

Frenéticos roedores de orejas largas y esponjosas

Conejitos arremolinados,

descontrolados,

inquietos,

mirones.

Conejitos revoltosos,

buscadores,

hocicadores,

sigilosos.

Conejitos orejones

al borde del acantilado.

Conejitos con un suspiro en la nariz,

con los bigotes erizados

y un murmullo entre los ojos.

Conejitos de patas largas,

de sueños psicodélicos

alucinando entre tréboles amarillos.

Conejitos,

miles de conejitos

saltando.

Conejitos rock-stars

sobre los cables de la ciudad.

Conejitos revolucionarios

de mirada fugitiva

enamorados de la Liebre de Marzo.

Conejitos, conejitos, conejitos

multitud de frenéticos conejitos

en tus sueños.


sábado, 23 de julio de 2011

La Niña de Ojos Blancos

Desperté por la tarde con los restos de un mal día rondándome el paladar. Sabía que debía incorporarme pera no quería, partes de un sueño impreciso orbitaban mis sentidos, abandonar la horizontalidad significaba perder por completo esas imágenes. Sin más opciones decidí afrontar el hecho de que debía ir a trabajar y me levanté. La habitación giró cuanto pudo a mi alrededor en cuanto me puse en pie, lo cual dificultó el hecho de desplazarme hacia la ducha. Dejé que el agua caliente corriera por mi cuerpo sin pensar demasiado en nada; me dolía la espalda pero pronto lo olvidé, incluso olvidé todo lo que me rodeaba. Apenas si tenía importancia, bajo ese calor húmedo, cierta sensación en mis manos de algo que se quiebra y se desvanece, imágenes fugaces de un sueño inconcluso enmarañadas con el agua que caía sobre mi rostro. Comencé a adormecerme de pie, un falso placer invadió mi cuerpo, las rodillas comenzaron a ceder lentamente y habría caído si un cúmulo de vapor no hubiera invadido mis fosas nasales provocándome un acceso de tos. Alcancé a sostenerme bruscamente del grifo de la ducha infligiéndome un corte en la palma de la mano; un tanto agitado cerré la ducha y me senté en el borde de la tina, con los pies sobre los fríos azulejos del suelo. En mi mente oscilaba impaciente la figura de unos ojos pequeños, infantiles, completamente blancos ¿eran parte del sueño que había estado intentando recordar? De pronto comencé a temblar y me di cuenta de que aún estaba desnudo y mojado, la mano me sangraba y me ardía a causa de la herida. Intentando reponerme me puse trabajosamente en pie, me sequé rápidamente y me vestí. Poco a poco me fui convenciendo de que todo estaba en orden, tomé mi cámara fotográfica, el bolso y salí del departamento rumbo al estudio donde trabajaba.

El roce con la multitud me agradaba, era mi refugio en ese entonces; el constante desplazamiento de los automóviles, el ruido, los empujones y hasta el smog, todo aquello constituía el fundamento de mis días, por lo que decidí caminar. Diez cuadras antes de llegar pasó corriendo un hombre dándome un fuerte empujón a causa del cual dejé caer una carpeta provocando un gran desparramo de fotos. Me agaché a recoger una que había quedado más alejada de las demás, la tomé y detuve la mirada en las líneas rectas de la ciudad retratada por pocos días atrás. Repentinamente, fuera de la fotografía, unos pequeños pies cubiertos por zapatos blancos, reclamaron mi atención: frente a mí se hallaba de pie una niña completamente vestida de gris, con el cabello castaño cayéndole lacio sobre los hombros. Algo en ella me inquietó, intenté ponerme de pie pero no pude La niña fijaba en mí una sombría mirada de ojos blancos, muda e inmóvil, sólo insistía en el “vacío” níveo de sus pupilas sobre mi mente. Comencé a sentir una cierta impresión de algo que se quiebra y se pierde. Un frío adormecimiento se apoderó de mi cuerpo. Súbitamente sentí un leve golpe en la espalda y una voz lejana llamándome, me puse en pie buscando con la vista a mi alrededor, la niña había desaparecido. Me quedé paralizado, las sienes me latían con insistencia, un fuerte temblor me invadió el cuerpo. Pasó un largo tiempo hasta que me pude poner en marcha, apenas recuerdo cómo fue que logré llegar hasta el estudio, sólo sé que avancé tambaleándome.

Ya en el estudio comencé a revelar varios trabajos que debía entregar. Ni bien comenzaron a aparecer las imágenes sobre el papel, me sobresalté, en lugar de una esbelta modelo, surgió el cuerpo frágil y diminuto de una niña, desperado comprobé que en todas las fotografías surgían esos infantiles ojos pálidos. Después todo se aceleró, salí corriendo a la calle y anduve durante horas sin rumbo fijo, atormentado, con aquella mirada sobre mí. De pronto la vi, estaba de pie “llamándome” con mil voces mudas, la tomé fuertemente por el cuello apretando con furia hasta quebrar sus huesos y ya no vi más

Desperté en esta sala vacía, completamente inmóvil, y a pesar de lo que digan sé que Ella no murió y ahora mismo está aquí, hurgando en mis entrañas, torturándome con el frío de sus ojos blancos.