viernes, 30 de diciembre de 2011

Pronóstico

¡Qué bien!

las ventanas están abiertas

y el viento sopla en lo alto.

Caramelitos de fresa,

murmuran las niñas por las calles de piedra

y un palomo da de lleno contra el campanario.

¡Qué maravilla la siesta tardía!

si hasta los perros simulan soñar.

Un paso de rayuela,

estrategia de ajedrez,

la nube sobre tu casa va incorporando aguas del río

y te llueve,

nos llueve,

con sabor a destiempo.

¡Ay que delicia!

Parece que los sapos aprendieron tu nombre

y van croando en gorgoritos desentonados.

Una tarde de desbarajuste desorganizado,

con botes en las veredas

y helechos creciendo incontrolables.

Una tarde de té,

en la ventana.

martes, 27 de diciembre de 2011

Intenciones surrealistas a la hora de la siesta

Ser un tigre pero al revés y llevar la piel aerografiada de viento.

No sé qué momentos seleccionar, que días ir dejando amarrados

ni como acomodar en las maletas los retazos de memoria

que voy encontrando por ahí, entre las tablas del piso.

Desdoblo las mantas por no ir quedándome atrás

de los destellos del invierno ido.

Hay lagartijas azules hurgando rincones en la galería del patio

y un minotauro en miniatura acorrala hormigas contra el rosal.

Cierro los libros sobre la mesa de la cocina, uno cada hora;

les voy marcando las tapas con hilos verdes y luego los dejó ahí,

casi desinteresados del tiempo.

Preparo montes de arena y azúcar al borde de la mesada,

destejo swters (sólo los rojos) y me pongo en puntas de pie

descolgando sábanas y libélulas.

Me disgrego, depongo intenciones de insistir,

busco sombra bajo los árboles y me duermo soñando tu boca

(una vez más)


lunes, 26 de diciembre de 2011

Vacilaciones de un Lunes desvanecido

Risotadas de escarabajo en una noche submarina;

fuegos, fueguitos, de una mirada de carbón indeciso;

un zumbido de abeja reina en una vieja cinta, en un viejo radiograbador;

doce vueltas de ventilador;

la lista de compras, de hace tres meces, pegada en la heladera;

un zapato, unito sólo, entre la puerta y las ganas de las gatas;

gotas del rocío en el mantel de la cocina;

vasijas de greda con anhelos de miel;

un susurro de zarigüeya en la vuelta de mis aretes;

hojas de roble en algún rincón de algún verso;

el vuelo suspendido de una luciérnaga sobre tus hombros;

un beso en un cuenco de arroz;

sabanas limpias;

un libro sin empezar;

y la contratapa gastada del último disco grabado en Londres.

Todo eso intento atraparte

para que alguna vez recuerdes este día de calor

pero no,

tal vez no.

Soy inconstante

y vacilo.

Versos anósmicos: Presencia

En Do,

en Re;

cromados

cromáticos.

Se diluye la forma,

el sonido,

el color.

Queda el aroma,

dicen.

Y yo me diluyo,

otra vez,

en el intento vano

de cazar el perfume

que envuelve tu espalda,

el vértice de tus piernas,

la inclinación de las sábanas

sobre tus hombros.


Y hay una inquietud,

dicen,

perfumando el aire

pero se desintegra

antes de llegar a mí.


De lejos viene la lluvia,

un hilo de tierra húmeda,

hojas que comienzan a caer.

Pero eso lo sé de otra vida,

otro momento en que el mundo

se poblaba de aromas.

Hoy soy ciega a lo que mana de cada criatura,

y aun así puedo adivinarte,

desnudo en la ventana,

aunque ya no queden luces

y la noche caiga en el silencio.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Cierta distancia

Miro las fotos en la heladera, sostenidas por imanes gastados de años viejos y promociones nunca usadas, y plagio mis propias palabras repitiéndole al viento que a dos mil quinientos kilómetros es de noche y aún no sé a cuál de los dos le tocaba regresar. Desisto de esta perspectiva y me detengo en el calendario, uno nuevo, de ahora (creo), “en un año exacto habrá profecías con esta fecha”, pienso y desisto también de los registros temporales.

La más vieja de mis gatas decide ignorar es esta manía que adquirir de andar contando las baldosas entre tu ausencia y la cocina, y se dedica insistentemente a la siesta. Mientras tanto, afuera, vuelven las libélulas a invocar la lluvia. Pero no llueve.

Preparo el mate por costumbre, por restarle horas al día, por no tomar una decisión. Azúcar, un poco de inquietud y está necesidad de no ser yo tan lejos. Escribir, dibujar, agobiarme con el calor, desesperar. Voy de pared a pared tratando de no enredarme con mi sombra y estas ganas que no encuentran hacia donde escapar.

Me detengo. En algún momento se va a levantar el verano. Y yo con él. Y me voy a poner en marcha, aún sin tus manos me voy a poner en marcha. Ya vas a ver como no regreso, ni te espero; como aprendo a bailar descalza sin que me hagas girar.

Pero no es tan fácil. Nunca nada es fácil. Porque sigo sin saber a cuál de los dos le tocaba regresar y en qué puerto me dejé las maletas.

Las mañanas



Ceder a la tentación de la melancolía como quien se pone medias de seda, y no sé si hago bien en pedir tanta lluvia, en pedirle al día que se deshoje de otro modo. Es que hay viento, y música en algún rincón de la ciudad, pero la noche viene azul y lejana como una niña descalza.

Ceder, intranquila, a la opción menos probable, al ritmo de una fotografía sin formas. Sé que tengo algo que decir pero no descubro la formula cuántica para descifrar los vocablos.

Ceder a los sueños, al suave devenir del desierto, al conjuro en la lengua de los lagartos. Vengo desnivelando mi desnudez y no quiero alejarme.

Ceder, como hoja otoñal que cae del árbol.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Mi gata

*A Pola Pizarnik, mi gata vieja

Huele desconcertada el espacio entre mis dedos, busca algo que una vez tuvimos. Dulce y silencioso. No sabe que la ausencia persiste con tanta pasión, por eso insiste. Roza levemente mis falanges con sus bigotes curiosos. Busca. Jamás vi tal dedicación para buscar algo que ya no está. Con sus garras separan mis dedos de la mesa. Acá, dice el ocre de su mirada, acá voy a encontrar. Pero una y otra vez la nada.

Mi gata no se rinde, después de todo es una gata, su oficio es no ceder a lo imposible.

En Enero

La lluvia llega un día antes cuando regresas y no sé bien como mirarte. Descubro rincones nuevos en la casa, las aves aprenden código morse y lo dispersan por el tendido eléctrico y surge algo parecido a un pez en la piscina del patio. Pero es la lluvia, estoy segura (casi), con esa insistencia de siesta que te nombra la desnudes de las piernas.

Y vas descalzo, demasiado descalzo, hurgando en maletas aún no deshechas, descompaginando la quietud de cada cuarto con el viento de tus pasos. Puertas abiertas, ventanas inquietas. Las cortinas que acarician presurosas el lomo de las gatas. Y va llover, porque viniste sé que va a llover.

Descuelgo mis vestidos, apuro un retrato de tus manos en mi cintura, preparo café, no para mí, para mí es el té. Y me parece ver cristales entre las hojas del sauce, una ardilla desorientada sentada en el cordón de la vereda y el perfil aprobado por los retratos. Así todo, espero la lluvia, la que viene en tu ombligo de viajero invernal.

Las plantas de la galería estiran las hojas, se desesperan por tu presencia. Traes el agua, es evidente. Me descubro así delineando de hilos azules los grifos de la cocina. No sé qué desnivelación de algas traes en tus cuadernos, o qué invención subacuática armarás entre las rosas del jardín. Seguro, seguro venís trayendo la lluvia.

Una lluvia de equinoccios estelares, una lluvia de sal en las gotas y ranas que duermen hasta tarde. Agua, sin dudas, con aromas danzantes y desquiciados. Mucha imposible lluvia.

Regresas. Y la lluvia llega un día antes.




domingo, 4 de diciembre de 2011

Restos del aire


Decime que el viento traerá la lluvia de tus cuentos,

decime que intentarán los sapos desterrar el miedo

y que un lagarto gris se fugará en silencio del zoológico.


Sostén para mí el argumento de una revolución de orugas

y la firme convicción en los ojos del gato.


Afirma los contornos de una noche blanca,

la cicatriz destellante de mil soles

y el zumbido de la lengua de un escarabajo.


Los días van de agosto a agosto

saltando entre las ramas de un sauce

y crecen,

como senderos de hojas ocres,

los relatos invernales.


Tráeme,

cuando regreses,

un vaso de fuegos que narren tu viaje

y decime entonces

de qué color son los sueños del lobo,

cuántos años andará el caracol bajo el río

y si, al fin, estarán tus ojos en una fotografía.