sábado, 19 de diciembre de 2009

La Tarde

Caminábamos largas calles en busca de un helado, el más pequeño, el que podíamos, el más delicioso.
¿Cuál pedías? ¿Qué elegías entonces? ¿Qué elegía yo?
Las veredas no terminaban nunca, jamás estabamos regresando, tan sólo seguíamos el camino circular de vuelta a casa.
Y a veces eran tardes de agua tibia y subir a los techos a mirar el barrio. Eramos gigantes alados, reinas de la siesta y los charcos en el barro.
¿Qué soñabas entonces? ¿Qué colores veías en las nubes? ¿Qué colores veía yo?
Autos viejos, abandonados, como naves de ficción poblando nuestras aventuras; circos sin carpa y calecitas ambulantes despertándonos. El barrio era el Mundo, un mundo de cuatro veredas rotas y langostas al atardecer.
¿Desplegaron las alas aquellos insectos del verano? ¿Volvió a poblarse de cigarras tu tarde sin siesta?
¿Seguirán teniendo el mismo sabor los helados?
Las tardes ya no tienen tantas horas, ni caballos inquietos que alimentar o un camino de tierra poblado de amapolas rojas pero el Sol aún busca nuestros pies en el cañaveral y un sabor fresco de chocolate y limón crece lento cuando llega el Verano.

1 Arribos desde el último alunizaje:

Carina dijo...

Las tardes ya no tienen tantas horas... qué bello y qué cierto esto... es todo tan visual... me gustó mucho...Besosss