Regresar y saber que ya no estarás
en la casa vieja esperándome. Miro el reloj por última vez antes de subir al
taxi, le paso la dirección de La Flaca
al chofer y me alejo del despelote de la terminal. Reviso la agenda por enésima
vez desde que llegué a Santiago, tengo poco más de una semana para volver a
querer a esta ciudad plagada de smog y los primeros tres días se me irán en ir
a conferencias y redactar las columnas
de este mes.
Llego
con el sol lamiendo la sima de los cerros. El departamento de La Flaca, está a mitad de camino entre
el Cerro Santa Lucia y La Moneda, en un edificio poco llamativo pero con muchas
plantas en los balcones. El balcón de La
Flaca es, definitivamente, el más selvático de todos. Desciendo del taxi
con la sensación de estar regresando tarde, a deshora, a un sitio que no me
pertenece aunque reconozca todas sus formas. Miro hacia el hall del edificio. La Flaca corre ya hacia mí.
-¡Chuta
que habís demorado, cabrita! ¿Qué onda el viaje? ¿Dormiste algo?-
Y yo,
que intento contener todo lo que tengo para contarle, sólo atino a colgarme de
los hombros la mochila y el bolso mientras le respondo a todo que sí.
-Ya, po,
vámonos pa´arriba- Invita y ante mi mirada desconcertada aclara-No te asustís, Petisa, que ahora sí anda el ascensor.
-Mejor
así, Flaca, porque ni en pedo vuelvo
a subir siete pisos por escalera.
Y
sonriendo entramos al edificio.
El departamento de La Flaca cambió poco desde la última
vez.
-Ya,
deja todo por ahí y siéntate así tomamos un tecito-Ordena La Flaca con dulzura.
-Preferiría
unos mates, Flaca- replico
descargando bolso y mochila.
-Ah,
pa´eso vas a tener que espera que llegue el Lucho con los cabros de la orquesta
porque yo salí bien mala pa´el mate.- Sentencia ella al entrar en la pequeña
cocina de paredes verdes.
-Tengo
que comprarme una de esas teteras eléctricas- La oigo decir cuando enciende la
hornalla.
Mientras
me desparramo entre los almohadones del sillón desde donde puedo ver el balcón
con su súper población de cactus y helechos.
Tres
años. Tres años y cinco días desde la última vez que estuve acá. Pero entonces
no hubo tiempo de visitar a La Flaca ni
al resto, y Santiago estaba demasiado gris y me aplastaba contra el asfalto
dejándome restos amargos en la garganta.
El
sonido de las tazas sobre la mesa me llama de vuelta al ahora. La Flaca despliega un desparejo juego de
té sobre las tablas desnudas. Pienso casi irritada “en esta casa no se usa
mantel”, y río mientras me digo que ya estoy pensando como mi abuela. Me arrimo
a la mesa justo cuando se abre la puerta y, de espaldas a mi, entra un hombre
bastante más alto que yo, guitarra al hombro y una boina gastada sobre su
enmarañado cabello castaño.
-Hola,
Lucho- le digo tomando su brazo con la mano.
-¡Petisa!-
Exclama y la guitarra va a dar al sillón mientras le devuelvo el abrazo en
puntas de pie- Me hubieran avisado que llegabas hoy así te iba buscar- Se queja
Lucho dándole un beso a La Flaca
-¡Qué
querís si esta me avisó recién cuando
llegó a la terminal!- Replica ella haciéndose la enojada. Y al rato estamos los
tres sentados, saboreando el té. Igual que siempre. Como si aún estuviéramos
todos. Como si la casa vieja aún existiera.