martes, 4 de septiembre de 2012

Regresar



            Regresar y saber que ya no estarás en la casa vieja esperándome. Miro el reloj por última vez antes de subir al taxi, le paso la dirección de La Flaca al chofer y me alejo del despelote de la terminal. Reviso la agenda por enésima vez desde que llegué a Santiago, tengo poco más de una semana para volver a querer a esta ciudad plagada de smog y los primeros tres días se me irán en ir a conferencias  y redactar las columnas de este mes.
Llego con el sol lamiendo la sima de los cerros. El departamento de La Flaca, está a mitad de camino entre el Cerro Santa Lucia y La Moneda, en un edificio poco llamativo pero con muchas plantas en los balcones. El balcón de La Flaca es, definitivamente, el más selvático de todos. Desciendo del taxi con la sensación de estar regresando tarde, a deshora, a un sitio que no me pertenece aunque reconozca todas sus formas. Miro hacia el hall del edificio. La Flaca corre ya hacia mí.
-¡Chuta que habís demorado, cabrita! ¿Qué onda el viaje? ¿Dormiste algo?-
Y yo, que intento contener todo lo que tengo para contarle, sólo atino a colgarme de los hombros la mochila y el bolso mientras le respondo a todo que sí.
-Ya, po, vámonos pa´arriba- Invita y ante mi mirada desconcertada aclara-No te asustís, Petisa, que ahora sí anda el ascensor.
-Mejor así, Flaca, porque ni en pedo vuelvo a subir siete pisos por escalera.
Y sonriendo entramos al edificio.
            El departamento de La Flaca cambió poco desde la última vez.
-Ya, deja todo por ahí y siéntate así tomamos un tecito-Ordena La Flaca con dulzura.
-Preferiría unos mates, Flaca- replico descargando bolso y mochila.
-Ah, pa´eso vas a tener que espera que llegue el Lucho con los cabros de la orquesta porque yo salí bien mala pa´el mate.- Sentencia ella al entrar en la pequeña cocina de paredes verdes.
-Tengo que comprarme una de esas teteras eléctricas- La oigo decir cuando enciende la hornalla.
Mientras me desparramo entre los almohadones del sillón desde donde puedo ver el balcón con su súper población de cactus y helechos.
Tres años. Tres años y cinco días desde la última vez que estuve acá. Pero entonces no hubo tiempo de visitar a La Flaca ni al resto, y Santiago estaba demasiado gris y me aplastaba contra el asfalto dejándome restos amargos en la garganta.
El sonido de las tazas sobre la mesa me llama de vuelta al ahora. La Flaca despliega un desparejo juego de té sobre las tablas desnudas. Pienso casi irritada “en esta casa no se usa mantel”, y río mientras me digo que ya estoy pensando como mi abuela. Me arrimo a la mesa justo cuando se abre la puerta y, de espaldas a mi, entra un hombre bastante más alto que yo, guitarra al hombro y una boina gastada sobre su enmarañado cabello castaño.
-Hola, Lucho- le digo tomando su brazo con la mano.
-¡Petisa!- Exclama y la guitarra va a dar al sillón mientras le devuelvo el abrazo en puntas de pie- Me hubieran avisado que llegabas hoy así te iba buscar- Se queja Lucho dándole un beso a La Flaca
-¡Qué querís si esta me  avisó recién cuando llegó a la terminal!- Replica ella haciéndose la enojada. Y al rato estamos los tres sentados, saboreando el té. Igual que siempre. Como si aún estuviéramos todos. Como si la casa vieja aún existiera.

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